
Del Manicomio al Suicidio. El Estigma de los Malditos


México | Puebla, Pue. 7 de marzo de 2018.
Por: Zahid Oliver Vargas y Esteban Altamirano Coyotl.
He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que: BASTA LA SALUD.
Los Enfermos y los Médicos, Antonin Artaud
Andrés Caicedo había afirmado desde su adolescencia, palabra tan adecuada para esa edad en la que uno adolece de la vida, que vivir más de 25 años era una insensatez, un sinsentido, algo estúpido.
Un 4 de marzo, después de una pelea con la que era su pareja en ese momento y después de escribir una carta desgarradora en donde sin más que decir, sin esperanza, suplica por el regreso de la amada, Caicedo ingeriría 60 pastillas de un barbitúrico que le ocasionaría la tan esperada muerte para poner fin al sinsentido de la existencia. De eso hace ya 38 años. Aquel día fatídico también recibía un ejemplar de su única novela "¡Que Viva la Música!". Caicedo se quedó dormido frente a un escritorio. Tenía 25 años.
Por estas mismas fechas, el 5 de marzo, hace ya cuatro años, murió el último maldito y con él la poesía, Leopoldo María Panero. Tenía 65 años. Él también había intentado suicidarse, cosa que no logró, afortunada o desafortunadamente, pero pasó una existencia llena de odio, autodestrucción, locura y desencanto ante la vida.
Ambos figuras representativas de la literatura hispana, ambos malditos y también enfermos de la existencia, de la locura. Alejados no en el tiempo, Panero había nacido en 1948 mientras que Caicedo en 1951, pero sí en el espacio. Uno colombiano y el otro español. Pero unidos irremediablemente por la misma dolencia y enfermedad.
La obra literaria de Caicedo sino es abundante, sí es exquisita y, al mismo tiempo, abrumadora y terrible. Es una narrativa ávida, escatológica, llena de rabia y, paralela a su vida, veloz. Era un amante del cine y el teatro, a los cuales dedicó gran parte de su tiempo, entre críticas, adaptaciones, guiones, ensayos, etcétera. Sin embargo, la huella más profunda que dejó su enorme talento y creatividad fue en la literatura. En muchos de sus cuentos se observa una forma distinta, pero muy propia y fiel a su estilo, para narrar desde las voces de sus personajes. Seres que se vuelven tan humanos que es imposible no experimentar una sensación de desasosiego al finalizar su lectura. No es de extrañar, por ejemplo, que, en uno de sus cuentos más conocidos, "Infección", Caicedo nos recalque una y otra vez el odio que siente hacia la vida, hacia las cosas que hace o deja de hacer, a todos, sin excepción, incluso a él mismo. El lector no puede pasar por alto estos sentimientos perfectamente desarrollados y plasmados en el papel, al punto que él puede experimentar la desolación y furia que existe en sus textos.
En la edición a la Poesía Completa (1970-2000) de Leopoldo María Panero, publicada por Colección Visor, escribe el editor Túa Blesa, "A él cabe acoger esta ya extensa obra, la de Leopoldo María Panero, que se sitúa a modo de sol negro en la cosmología de la poesía hispana contemporánea, (…) en la cosmología de la poesía sin más". Efectivamente, la poesía de Panero es un astro sombrío, de una luz espectral, y, sin embargo, lúcida, clarividente, quizás demasiado certera, pues quebranta el velo ilusorio de la realidad (la nuestra y la de los poetas) y expone el abismo, la nada perpetua.
Hay un temblor que se esparce suavemente por todo mi cuerpo; un miedo diminuto que crece y se vuelve voraz; me convierte en un hombre que deambula solo en medio de la noche, y que de pronto, se da cuenta de que dios el padre lo espía, y observa el fluir oscuro de su orina. Tal es la sensación que el lector tiene ante los extraordinarios poemas de Orfebre (1994).
El dolor, la nada, la locura, la creación del poema y el poema en sí mismo; la noche y una fauna alegórica al ocultismo, tienen cabida en casi toda la obra de este magnífico poeta madrileño, que murió hace cuatro años en el hospital psiquiátrico Las Palmas de Gran Canaria
Las películas "El Desencanto" (1976) y "Después de Tantos Años" (1994), así como el libro "El Contorno del Abismo" (1999), de J. Benito Fernández son una muestra, una ventana a la vida de este autor e imprescindibles para contextualizar su obra.
Estos hombres (porque más que escritores, poetas, mitos o como sea que se les quiera llamar, son hombres) vivieron entre la desgracia y una visión bastante pesimista del mundo que los rodeaba, pero sobre todo de la propia vida.
Enfermos o locos, suicidas, escribieron desde la miseria y la podredumbre que se inmiscuía en sus almas y gracias a esta obscuridad, presente en ellos y sus obras, han logrado trascender más allá del mito, trascender como hombres con verdadero talento, sencillamente.
Curar una enfermedad es criminal, ya lo ha dicho Artaud.